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mos que, a fuerza de tanto horror, se le comiencen a abrir las entrañas de la misericordia a la humanidad. El obispo de Málaga, Mons. Ramón Buxarrais al de– nunciar el contraste en la Costa del Sol entre los yates, co– ches de lujo y fiestas orgiásticas de ciertos ricos y el fan– tasma del paro que a tantos atemoriza habla de que "las carcajadas de los ricos parecen ahogar el grito de los po– bres". Acabo de leer en "L 'Obsservatore Romano" una frase que tomada con toda seriedad, determina el grado de sensiblidad que cristianos y no cristianos tenemos en este punto. Es esta: "A través del sacramento de la penitencia puede el cristianismo recordar a la conciencia la gravedad del pecado social". ¿Es que hasta ahora los sacerdotes no lo habíamos hecho? ¿Los consejos, pistas y orientaciones que hemos dado en los confesionarios se han reducido a favorecer más una piedad individual que una espiritualidad de res– ponsabilidad social? Si ha sido así, -Y como observa– mos que la misma sociedad cristiana no vibra como de– biera ante las injusticias sociales-, todo ello denuncia que, incluso en la tremenda sinceridad del confesionario, la mayoría de los cristianos no declaramos el ''pecado so– cial". ¿Por qué? ¿Cuál es la causa? De ninguna manera el carecer de este pecado, porque, quien más, quien menos, todos estamos implicados, de palabra o de hecho, en de– satención con nuestros hermanos. Hemos de afirmar que en términos generales, el Pueblo de Dios, comunidad de amor, después de veinte siglos de proclamar la caridad, carece de la "sensibilidad social" que el Evangelio recla– ma. Esto pide un momento de reflexión colectiva. Como medida de urgencia el Papa Juan Pablo II nos recuerda: "que el camino que conduce a Dios, pasa nece- 70
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