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18 Educar un hijo. Cada septiembre los colegios, academias y universi– dades, vuelven a abrir sus puertas. Da gusto ver, a las nueve de la mañana, oleadas de chicos y chicas con los li– bros en la mano, escalofriados, y la sonrisa y el grito en los labios. Otra vez vuelve a hilarse la sucesión de clases. Otro año, otro curso, otros libros, otros profesores. En los padres -sobre todo en las madres- se dan reac– ciones diferentes; los que sienten el desahogo de liberarse por unas horas de sus hijos -después del largo veraneo familiar- y los que ya ven con pena y temor volar a la uni– versidad al hijo o a la hija que creían eternamente a su la– do ... , y no los supieron "aprovechar". Existe una diferencia fundamental entre "ir" al co– legio, a la escuela, al instituto, a la universidad, y "entre– gar" al chico, a la chica a la escuela, a la universidad. Es– to ha de tenerse muy en cuenta. Los padres no deben caer en la tentación de "entregar" a su hijo a ningún centro docente para que se lo perfilen, para que se lo "hagan" totalmente. Todavía hay padres ingenuos que piensan que los profesores le van a devolver a su hijo acabadito, terminado, pé'rfecto en educación y en ciencia. Nada más lejos de la realidad. La participación que a ellos, los padres, les corresponde es insustituible. La constitución "Gaudium et Spes" del Vaticano II puntua– liza: "La verdadera educación se origina y nutre ante to– do en la familia. En ella los hijos, en un clima de amor, aprenden juntos con mayor facilidad la jerarquía de las 60
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