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ción; paso a paso, después de la resurrección de Cristo, todo está resucitando de forma visible o invisible, cons– tantemente. Un viejo sueño del hombre es la transformación, el "endiosamiento". De hecho existe en el diccionario una palabra que define este concepto, este anhelo: la palabra ENTUSIASMO, que literalmente significa, "estar lleno de Dios". La vida del hombre es una lucha diaria por la transformación, por transfigurarse, por ir eliminando es– corias, imperfecciones, opacidades y llegar a ser él, y su entorno, más lúcidos y perfectos. Es un cambio progresi– vo el que se opera... Una transformación penosa, que no se consigue sin dolor. Cada persona (hombre-mujer) ha de pasar, primero, por una transformación natural de la bondad. "En el fondo de lo que se hace y cómo se hace -escribe el filósofo Zubiri- hay una íntima disposición al bien que conforma la persona entera. El bien no es tan sólo las cosas buenas que se hacen, sino que es antes de todo, una íntima disposición bondadosa. La alegría, la efusión en lo que se hace, arranca de la bondad de lo que se es... ". Esta bondad interna necesariamente se transpa– renta en nuestro rostro, modales, benevolencias, amabili– dad, brillo de la mirada, tono de voz, palabras... El hom– bre así desechando males, pasa a ser ya más humano. El segundo paso tiene sentido para el cristiano, para quienes creemos y vivimos los efectos de la redención de Jesús. De ser, en el sentido natural de la palabra "bue– nos", por la gracia santificante, que se nos da en el bau– tismo, pasamos a ser hijos de Dios, a participar de su na– turaleza divina. La gracia desarrollada por las buenas obras y por el amor nos va, día a día, transfigurando. "Reflejamos -dice San Pablo- la gloria del Señor, y nos transfiguramos en su imagen, cada vez más gloriosos". (2. Cor. 3-18). 40

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