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51 El que vuelve, no se fue. Yo creo que el mundo ya andaba gozoso de vísperas desde el día anterior al nacimiento de San Francisco de Asís. Tanto le debe desde entonces hasta hoy la humani– dad entera, la historia, la sociología, el arte, la literatu– ra... la Iglesia. Me decía un entusiasta del Pobrecillo de Asís: - "Dichosos ustedes que tuvieron un San Francisco de Asís". "Dichosos todos -respondí- usted y yo. Y no que "tuvimos', sino que tenemos un San Francisco de Asís". Es el hombre evangélico, intemporal, situado en el cora– zón de la historia para siempre. Y le recordé a mi amigo el verso de Pablo Neruda: - "El que vuelve, es porque no se fue". Este gran santo, en su vida y en su obra no es patri– monio exclusivo de una orden religiosa, ni siquiera de la Iglesia católica, es de la humanidad entera. Hombre uni– versalizado gloricsamente. Por antonomasia el "Herma– no Universal". Querido -y es lo más grande- por creyen– tes y no creyentes, por sabios y humildes. Entra en la historia sin pretender dar lecciones a na– die. Con un sistema de filosofía evangélica vivida. Inter– pretando el Evangelio con la más absoluta autenticidad, en una sociedad dividida entre "mayores y menores", ri– cos y pobres. Así de simple, aparece como un "hombre 158

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