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Una pregunta: ¿Se encuentra usted en su vida diaria con mucha gente amable? Adivino su afirmación dubita– tiva: "Hombre, pues si". Figúrense ustedes que damos cerrojazo al descaro y al malhumor y nos proponemos hoy quitar peso a la vida de los demás. Figúrense ustedes que en vez de hacer cami– no a codazos molestando y fatigando y esgrimiendo "el ojo por ojo y diente por diente", suavizamos con la glice– rina de la bondad asperezas de trato, y nos situamos a la espera atenta de ofrecer a familiares y a amigos y a enemi– gos cualquier rasgo de delicadeza. Cada día no es un día, es la novedad de un nuevo día. Cada día lleva dentro a Dios y a nosotros. Cuando realizamos la más mínima acción buena o sencillamente humana, "va Dios mismo en nuestro caminar... ". Nos hemos acostumbrado a ser personajes duros, como si ya no se usase en el mundo la afabilidad y nos sorprendemos cuando alguien nos la ofrece en un detalle, como quien encuentra una pepita de oro. Algo así como el tesoro es– condido en el campo, del que habló Jesús. Esto le ocurrió a aquella señora que al subir a un taxi quedó envuelta en un grato aroma de tomillo. - "¡Qué perfumado lleva usted el coche!". - "Si, señora, he puesto en él unas retamas de tomillo, para las personas que suban hoy a mi coche... ". Ya lo ven ustedes. Una ramita de tomillo no es nada, pero perfuma. No es nada una contestación cortés, no es nada despedir a media escalera, acariciar a un niño, dis– pensar una alabanza, "dar un vaso de agua"... no es na– da; ¡ pero cómo aroma la vida.. ! Entre las espinas de la prisa, de la irritabilidad, del barullo... , dejar florecer la flor de tomillo de la amabili– dad es un refrigerio estimable y deseado. Con la venida de Jesús llegó la "Benignidad de Dios" a la tierra. 151
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