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Cuando todavía había una esperanza de salvarla de la prisión del barro, todo falló. Me enteré después.que lle– garon al lugar catorce motobombas para extraer el barro. y ninguna funcionó ... En el cieno que se tragó la vida de Omayra vimos hundirse toda la vanidad tecnológica de nuestro siglo que presume de sentarse en los mismísimos cUer:hos de la luna y no es capaz de salvar la vida de una niña. Omayra es un nombre hermoso más para una leyen– da de Navidad que para una tragedia. Cerró sus ojos di– ciendo: - "Os quiero, rezad". Y al verla morir, tras el desmayo del cansancio, un médico se echó a llorar dicien– do: - "No es justo, Dios, no es justo. Después que lucha– mos tanto y ella aguantaba". Sí, no es justo que los cien– tíficos no prevean la erupción del volcán; no es justo que las motobombas no funcionen; que vivamos tan entrete– nidos fabricando juguetes cósmicos y olvidemos, en la vi– da de cada día, fabricar, con perfección, el sencillo artilu– gio de una motobomba. Tras el apagón de los ojos de Omayra, surgió del li– mo, la vida como después del caos de la primera creación. Una niña nacía mientras su madre se arrastraba por el fango. -"Se llamará Consuelo", gritaba el socorrista, que corría con ella en brazos... - "Se llamará Consuelo". Era una flor limpia surgida del fango. En un nacimiento volvía otra vez el mu:hdo a encontrar la espe– ranza. Era como una Nueva Navidad. Pero existen seres que no se emocionan con nada. ¡ Ya es pena!. Tras la catástrofe, muchos niños en Colom– bia quedaron sin hogar, sin padres ni hermanos. Huérfa– nos perdidos en lodazales y recogidos por especuladores y truhanes para venderlos en Bogotá por 50.000 pesetas. \ No es la escena encantadora del "Villancico del Rifa- dor", que lleno de ternura canta en versos del poeta Ge– rardo Diego: 148

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