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creación de los hombres y se les han dado nombres sinies– tros: "Bombas de neutrones", "Protones", "Megato– nes", "Estroncio", "Hidrógeno". Estos ángeles obede– cen al ser humano que pudiera hacer de ellos -si quisiera– angelitos buenos, útiles a la humanidad. Pero no. Con– vertidos en "diablos del mal" por obra y gracia de la ciencia al servicio de la tiranía, vigilan amenazantes por el espacio, dispuestos a ejecutar la danza atómica de la muerte. Dios bajó del cielo a la tierra fa Paz y el hombre sube de la tierra al espacio la amenaza y el temor. Un norteamericano ha pintado la bomba atómica con una mano monstruosa, de uñas largas cerniéndose sobre la cuna de una criatura, mientras le canta: "Duerme: niño, duerme". La cuna de un niño es el nido de lo más maravilloso, inofensivo e inocente. Así de confiada vive la humanidad en el mundo. Por contraste, la bomba atómica es lo más devastador y cruel que el hombre ha imaginado hasta ahora. Herblook, al pintar sobre la cuna de un bebé, en vez de una mano blanda de madre, la mano crispada de una bomba atómica, pretende meternos por los ojos la in– consciencia de un mundo sobresaltado. No podemos pactar con estos ángeles fatídicos, con esa nana de la muerte. Dios envió a la tierra hace dos mil años otros ángeles muy distintos, ángeles pacíficos, bienhechores y buenos. Angeles de la Nochebuena. También bajaron en bandada sobre la cuna de un Niño, y sobre ella, melódicos, canta– ron otra nana: 142 "Duerme, Niño mío, flor de mi sangre, lucero custodiado, luz caminante".

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