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44 Tengo un árbol que no merezco. Sin duda que usted conoce el cuento chino del empe– rador que buscaba incansable la camisa de un hombre fe– liz. Cuando finalmente encontró a este hombre, resultó que no tenía camisa. Dejando a un lado la CONSIDERA– CION de, si este cuento lo inventó un hombre que llevaba camisa para consuelo de aquellos que no la poseen, es cierto que son muchos los buscadores de la camisa impo;. sible del hombre feliz: llámese a esta camisa quinielas, lo– tería, bingo, tragaperras, apuestas mutuas, juego, o tanto por ciento... España se ha convertido en una locura de juegos de azar. La esperanza de millones de españoles rueda y se bate todos los días en los gigantescos bombos de las lote– rías. Ninguna definición más vital de la esperanza que ese cosquilleo ante lo incierto, aunque lo deseado sea algo tan material, pero necesario, como el dinero. ¿A usted no le ha tocado el "gordo"? A mí tampo– co. Pero no se apure. Siga teniendo ilusión. Es lo más bo– nito del vivir y de la lotería: la ilusión. El dinero solo, el afán materialista, la realidad cruda, sin bellezas, estran– gula por completo. Usted no ha tenido suerte en el reparto de millones, pero seguro, segurísimo, que la vida en este año le ha traí– do muchas sorpresas. A lo mejor las tiene en casa. Por– que la LOTERIA, amigo, puede estar en sus manos... ¡ Hay algo más que el papel de banco! 138

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