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gún corazón a punto de pasar de la indiferencia a la bús– queda consciente de Dios... ". Con sólo dos palabras aquel hombre había logrado suscitar algo tan natural como interrogarse sobre el pro– blema de Dios. Nada más. "El Reino de Dios está dentro de vosotros, Dios mismo", afirmó Jesús. Lo que ocurre es que el ateo piensa que es al creyente al que le incumbe justificar la afirmación de Dios ... Y el creyente estima que es el ateo, el que tiene que dar razones para poder ne– gar a Dios. No. Dios es problema de todos. Unos y otros, creyentes, ateos o agnósticos han de dar razones de su afirmación: Dios es un problema que el hombre necesa– riamente tiene que plantearse. Y cuando ocurre la conversión, el encuentro amisto– so con él, las explicaciones de ese descubrimiento espiri– tual rayan casi en la ingenuidad. Cuando se convirtió Ma– nuel García Morente, que en su tiempo fue el catedrático más joven de la Universidad Central de Madrid, no supo decir de su vuelta al cristianismo, entre lágrimas, más que esto: "Jesús, una figura llena de bondad, de amor, de universal ternura, Jesús". "Estoy cierto que puede per– donarme". Y el anarquista Roger Boutefeu que encontró a Dios leyerido el Evangelio de las Bienaventuranzas en la cárcel de París, no puede ofrecer más que esta explicación: "A las tres de la mañana, como un ladrón ansioso, enfebreci– do y temblando cedí a la llamada de Dios... Era el 17 de mayo de 1951... ¿Por qué oí la voz de Aquel, mi amigo, el Cristo.. ? ¿Por qué cuando era prisionero, cayeron en mis manos los Evangelios.. ?". Este era el análisis de su con– versión, de cara al público, después de tres días de retiro. Roger dejó sus libros y se hizo pastor asalariado para oír a la "Persona" -nombre respetuoso que daba a Jesucristo- que le había hablado. "¿ Será verdad -lo es- que Dios está sin que lo oigas/ hablándote a ti mismo?". 137
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