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38 Los hombres que más admiro. Desde muy pequeño me contaron historias de misio– neros. Y desde entonces admiré a estos hombres. Y los si– go admirando. Después he ido desligando, en sus vidas, la leyenda de la realidad. Y he constatado con sorpresa, en conversaciones con muchos de ellos, que la realidad es más hermosa, más heroica, más interesanté que la leyen– da. En San Francisco Javier figuramos el prototipo de misionero español, recio, incansable, ("Divino impacien– te", según el título de una obra de teatro de Pemán). Al margen de viajes, conversiones, milagros, cansancios y fundaciones de este santo, me atrevería a resumir toda su vida, y la de todos los misioneros y misioneras, en esta anécdota: Había caminado Javier 400 kilómetros por tie– rras del Japón: escaló montañas por caminos de piedras, vadeó ríos, vagó sin rumbo agarrado, para mantener sus pies maltrechos, a la cola del caballo... Y a la hora de acostarse, al fin de su viaje, se miró los pies ensangrenta– dos y abiertos y comentó: -"¿Pero qué es esto? ¿Cuándo me he herido yo en el camino?". Si ustedes hablan con cuaquier misionero constata– rán que no le dan importancia a nada de lo que han he– cho; que hablan, cuentan con la mayor naturalidad del mundo, incluso como excusándose de no haber hecho más. Como este santo jesuita recriminando a sus pies el haber sido "tan flojos y poco resistentes". 120
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