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Es un signo de nuestro tiempo biseccionar, escarbar, llegar a la semilla del mismo pensamiento, querer someter a cifras, si fuera posible, las mismas reconditeces del espí– ritu. Pero de repente, cuando los tantos por cientos nos párecen más críticos, ocurre que a esta sociedad que creíamos atea y materializada, le nacen alas. Sí amigos. Y se pone a rezar públicamente, en las plazas y a cámara de televisión abierta. Y se prueba que no adoramos tanto la supertécnica y el consumo; ni estamos tan lejos de Dios. Que nuestro orgullo del poder que la técnica moderna ha desencadenado en el mundo no es tan rotundo. Que esta– mos sólo infantilmente entusiasmados con nuestros "chismes", con los cacharros espaciales. Eso al menos, parece demostrarse en determinados casos. El espectáculo de la gente sencilla orando y pidiendo un milagro a Dios en medio del asombro y desconcierto del terremoto, en México, o del volcán en Colombia, lo contemplamos igualmente hace unos años en el fallo téc– nico de la nave espacial "Apolo XIII". De improviso fa– lló la precisión científica y se echó mano de las palancas del espíritu, y vimos a los sabios orar, pedir humildemen– te a Dios el regreso de los astronautas. El milagro no esta– ba ya en la tecnología sino en la conciencia y en la ora– ción. Todos esperaban el milagro, pero nadie se atrevió a · pronunciar la palabra "milagro". No es que Dios se los saque de la manga, de buenas a primeras; pero los tiene; aunque normalmente prefiera que seamos nosotros los que nos enfrentemos con la vida, aceptemos los propios fracasos y hagamos los milagros desde el reparto equitativo de los bienes. Pero lo más curioso y emocionante, para constatar lo "chiquitos" que somos, nuestra pequeñez, es contem– plar a tantos hombres orando a hurtadillas con la ver– güenza en el rostro, no atreviéndose a pedir un "milagro", en determinados momentos de apuro y fallo de lo humano. 115

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