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Hubiera sido formidable que aquella pandilla dejó– venes se hubiera fijado en la cara de la chica para dedicar– le un piropo agradable. Tal vez por la noche, la cojita pensará: "Hoy me han llamado hermosa", y se sintiera más feliz. Pero no. Aquellos "muchachos de excepción" seguían a la chica riéndose de su cojera. Era una risa cruel, inhumana. Una risa sangrienta. Esa que nadie debe emplear nunca, que es antídoto del amor y de la bondad. Creo que no había diferencia entre abofetear a una perso– na, porque sí, y el castigo de risas hirientes que aquellos imberbes dedicaban a la pobre chiquilla. El colmo del de– samor es gozarse en el mal ajeno. Hacer sufrir por sufrir desborda la mera humanidad. Tomar a chufla un defecto físico es tocar una llaga en carne viva. Para una llaga una gasa suave, no una ma– no sacrílega. Nos queda mucho que andar para pasar de la medio– cridad al amor evangélico de la generosidad y de la admi– ración. O, tal vez, antes para algunos conseguir una ele– mental sensibilidad para convivir. En la catedral de San Esteban de Viena, el guía turís– tico hace fijar la atención de los visitantes en el busto de un Cristo que en la semioscuridad de la salida pasa desa– percibido a los turistas y que antes, al parecer, estuvo adosado en uno de los muros fuera de la catedral... Se cuenta de este Cristo, que una viejecilla piadosa le llevaba todas las semanas un ramo de flores y se las ponía en el pedestal. Pero como a la más leve ráfaga de viento las flo– res se caían al suelo, a la viejecilla no se le ocurrió otra co– sa que atar las flores a la cabeza de la estatua pasándole un pañuelo por debajo de la barba y atándolo en lo alto de la cabeza. Pasaron por allí tres jóvenes medio borra– chos y mirando al Cristo comentaron burlonamente: - "Mirad, al Cristo le duelen las muelas. Oye, Cristo, ¿por qué te duelen las muelas?". 112

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