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35 El Cristo del dolor de muelas. La risa, la sonrisa, la cara alegre son maravillosos dones que Dios concedió al hombre; pero, como la pala– bra, puede convertirse la risa en instrumento de muerte. Se han escrito frase luminosas de la risa y qué ganas de ser felices da cuando leemos sentencias de tan rico cuño co– mo esta: "UN HOMBRE QUE RIE NO SERA NUNCA PELIGROSO" o esta otra: "JORNADA ABSOLUTA– MENTE PERDIDA ES AQUELLA EN LA QUE NO NOS HEMOS RE/DO". ¡Ojalá fuera siempre verdad es– to! En otro amanecer hablaré de la risa sana, la que sale del corazón. Hoy quiero afirmar sencillamente que en el programa de nuestra relación con los demás desterremos la risa malévola, la risa burlona. Aquella que se empleó con Cristo cuando estaba en la cruz: "Se mofaban de El y meneaban la cabeza", esa risa que dice la Biblia: que "en boca del necio es algo irritante". (Eclo. 27,13), la de esos que San Pedro en una de sus cartas llama 'burlones llenos de burla". (2 Pedro. 3,3), y que es como una negativa a creer, a fijarse en lo bello y bueno que puede estar al lado de un defecto del cual no tenemos, acaso, culpa. El sarcasmo se está dejando oír demasiado en nues– tra sociedad. Contemplé cierto día cómo unos mozalbetes herían, hacían daño, maltrataban con sus risas a una jo– vencita, coja, que pasaba junto a ellos por cierto con una cara preciosa, capaz de anular cualquier defecto físico, ante quien tuviera un poco de sensibilidad y unos ojos medianamente limpios. 111
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