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- "¡No hay nada más allá!", dicen, al cabecear in– sistentemente contra el muro hosco de la vida. Sin embar– go, por encima de todo, el cielo existe como realidad, co– mo patria de los vivos, de los santos, de los que participa– ron en la fe y en los sufrimientos. Y es precisamente a través de esta densidad de crude– zas humanas, como hemos de llegar a la luz y a la paz, a extender la mirada del espíritu por encima de las tapias y el espinazo de los tejados. ¡De tejas arriba hay algo! Es aquí donde tenemos que reponer las "Bienaven– turanzas" tal como Jesús las proclamó: "Bienaventura– dos los pobres, los afligidos, los que padecen sed... , los inquietos, los torturados por dudas, los buscadores since– ros de la verdad... , porque de ellos es el Reino de los Cie– los... ". Escalando la tapia del dolor es como un cristiano sal– ta a la alegría del cielo. Incluso, los avatares de la vida nos empujan a adivinar la trascendencia del ser humano. La fe nos proclama: "Que Dios prepara al hombre una morada nueva y una tierra nueva". El día de todos los santos, recordamos a nuestros hermanos muertos. Yo diría que a los vivos. ¿Por qué? Porque incluso en los negocios humanos calificamos de "tío listo", de "viva/es", "de avispado", al hombre há– bil al que no desaprovechó una baza, al que todo lo calcu– ló, al que no deja cabo suelto... , y siempre "gana". Igualmente el negocio del cielo lo hacen también los "vivos", los que aventuran por encima de la pared de lo meramente terrestre y descubren en la aspereza del diario vivir el camino de Dios. Porque el cielo se nos dará como triunfo, como vida. Es la Patria de los vivos en Dios. 109

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