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dara por el adoquinado de la calle hasta estrellarse y de– jarnos a todos sucios. Tuve miedo no sé de qué. Como contrapartida quise cambiarle las matemáticas a Dios y le recordé las gentes que en esos momentos rezarían alabando su "nombre santo" y también, las cunas inocentes, las madres que ve– laban, los enfermos que sufrían... Le dije a Dios que en el platillo de su balanza divina tenía que pesar más una gota de amor que el agravio de una blasfemia. A pesar de todo no he logrado quitar de encima el asombro que partió mi sueño. Porque la creación es cierta respuesta filial a Dios– Padre. El mundo entero, las cosas son de algún modo pa– labra de Dios creada. Toda criatura es cierta palabra que procede de Dios y que en sí misma da una respuesta de gratitud, de amor y de alabanza. La creación tiene un de-– terminado carácter sagrado. Sólo en la creación el hom– bre puede desentonar, injuriando a Dios, no alabando su nombre. Una blasfemia es en sí misma algo incalificable. Nada la amortigua, y estremece totalmente. Sólo la igno– rancia, la indescriptible vulgaridad y la falta de repugnan– cia -que ya es bastante- proporcionan alguna compren– sión. Somos uno de los pueblos más ricos en cultura, sin embargo el español no es culto en su lenguaje y son mu– chos los que no saben hilar dos frases seguidas sin meter el espoletazo de cuatro blasfemias dichas sin ton ni son. Tiene limpio el lenguaje quien tiene limpia la mente. Sin que por esta afirmación niegue la existencia de una buena persona debajo de la mayor torpeza. Afortunadamente los hispanoamericanos que here– daron muchas cosas buenas de España, no heredaron la blasfemia. Se dice que el español es impresionable, pasio– nal y discutidor y que su temperamento vivaz le hace sal- 103
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