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32 Alguien puede desentonar. Jesús nos enseñó a decir: "Padre Nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre". Santificar el nombre de Dios quiere decir que le co– nozcamos y amemos de manera que reconozcamos sus beneficios, la generosidad de sus promesas; que nos deje– mos invadir por su presencia santa y pongamos en nues– tros labios alguna alabanza. Frente a las conductas turbias y viscosas, siento un poco de pena. Un sentimiento de rebelión e impotencia. La blasfemia me da tristeza. ¿España es el país del mundo en el que más se blasfema? Díganlo ustedes. La blasfemia restalla constantemente a nuestro lado. Eran las dos de la madrugada y me desperté sobresal– tado por un alarido blasfemo que me golpeó los oídos co– mo una maza. La blasfemia resonó en la calle, horrísona y bestial -con perdón de las bestias que son incapaces de blasfemar...-. Tal vez, hubiera sido el momento para abrir la ventana y pedir perdón a las estrellas, al silencio de la noche, y por supuesto, a Dios... Nunca había oído una blasfemia tan resonante en la soledad de la noche, tan profanadora de la quietud... ¡tan sucia.. ! Me pregunté qué habíamos hecho todos los que dor– míamos tranquilamente para que nos agujereasen el sue– ño y nos encogieran la conciencia. Sentí como si el voca– blo sacrílego tomase la forma de una bola gigantesca, ro- 102
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