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ma seriedad, vamos fabricando nuestra propia jaula que nos impide volar, es decir, sonreír. La vida va, la vida tiene su ritmo, la vida se interpre– ta, pero no siempre trágicamente. Hablamos constante– mente de "responsabilidades", de "tomas de concien-. cia", de "esfuerzos al máximo... ", de "problemas". Si le añadiéramos, una miga de sal, un poco de humor a la vida, ésta tendría otra dimensión. Se ha dicho que al Concilio Vaticano II le faltó un documento sobre el "hu– mor". Le bastaba con haberse fijado sencillamente en la vida de los santos. No hay un santo triste. Jesús miró al mundo de frente y su Redención trajo al orbe la alegría. Y estoy seguro que el Señor, al mirarnos, lo hace "con un enorme sentido del humor". La creación entera está ar– monizada desde una gran dimensión de alegría y equili– brio. Todo en ella tiene un orden sedante. No así el hom– bre, que nos deshilvanamos en trágicos interrogantes o en divisiones angustiosas. Jesús nos advierte: "No temáis. Yo he vencido al mundo". Es decir, al mal, a los planes torcidos, al dolor, a la ansiedad, a la desesperanza... La Redención de Jesús tiene una dimensión de jovialidad, de risa esperanzadora. Su misma persona se ofrece en el Evangelio con una sere– nidad disponible al amor. Y nadie ama si no posee un co– razón alegre... En el peor de los casos, tome usted con afligida serie– dad la enfermedad, o la ley de educación, o el paro, o los cambios socio-políticos, religiosos, o la familia, o la prisa por triunfar, o el coche... ¿qué más? Y usted mismo se habrá fabricado su propia red, su trampa, se habrá con– vertido en un ser que perdió la risa, porque tomó la vida con demasiada importancia. Reírse de uno mismo es sa– no. "No sabéis de qué espíritu sois", contestó Jesús con buen humor a sus discípulos, demasiado exigentes... 100

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