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(I Cor., VI, 10). No como españoles, porque a algo debe obligarnos el ser descendientes de aquellos viejos caste– llanos de quienes cantó Quevedo: « ••. Y aquella libertad esclarecida, que en donde supo hallar honrada muerte, nunca quiso tener más larga vida. Nadie contaba cuánta edad vivía, sino de manera; ni aun un hora lograba afán su valentía». »Verdaderamente, amigos, que lo que importa no es la edad que se tiene, el tiempo que se vive, sino de qué modo se vive y qué es lo que se hace. Cuántas vidas cor– tas estarán colmadas de eficacia, y cuántas vidas exten– sas serán una pura vergüenza por su inutilidad!» El nogal, en la tarde del último domingo de mayo, aparecía más hermoso que nunca. Hasta algunos pequeños pájaros andaban enredando por sus ramas, sin asustarse mucho de los que abajo estaban sentados disfrutando de su sombra. No había por allí flores; no corría brisa... Allí había sólo la delicia de una tarde primaveral de calma que acariciaba los cuerpos y sosegaba los espíritus. Y había también la grave voz del P. Fidel, que em– pezó a hablar así a sus muchachos: - Viene a ser una tarea de sumo agrado para los afi– cionados a filosofar - que no es exactamente lo mismo que estudiar tratados de Filosofía - el observar con acti– tud interrogante o meditabunda toda esta serie de cosas que encontramos en la trama de nuestro vivir, cosas que la mayoría de las personas se contenta con manosear ma– quinalmente cada día según criterios de utilidad o de placer. Una de tales cosas, llevada de un lado para otro, objeto de conversaciones y escritos, es la juventud: la realidad y el concepto de la juventud. »Yo me he hecho no pocas preguntas sobre este tema y problema... ; y he llegado a persuadirme de que la rea– lidad de la vida joven se cifra en la suma de estos tres elementos: Ardor de vida, Fe en el porvenir, Ansias de su– peración. »Sobre cada uno de ellos podría quizá disertar larga- 95
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