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ras muy oscuras: pensemos entonces que vamos hacia la inmortal patria de la Luz; la soledad y la incomprensión no dejarán de ponernos cerco de espinas alguna vez: le– vantemos el corazón a soñar con la plenitud del Amor que tendremos algún día; y cuando el alma se sienta can– sada del continuo esfuerzo y lucha, corroboremos su tem– ple con la esperanza del bienaventurado descanso. ¡Ya llegará nuestra hora! »Piensa bien estas cosas, Josefina; pero trata de evi– tar cierto peligro, mayor para ti que eres un poco fan tástica. Todo lo anteriormente dicho te resulta segura– mente bello, y muy sentimental, con su toque de suave melancolía..., y el peligro está en que te limites a fanta– sear cosas bellas y melancólicas, sin pasar al campo de la acción espiritual. Somos peregrinos, pero sin viajes en– cantados, sin navegaciones a blanca vela, bajo la luz do– rada del atardecer... Peregrinos, sí; pero teniendo que luchar para mantenernos de cara a Dios, y sabiendo que hemos de hacer cosas importantes en el mundo, y que pa– ra ello es preciso enfrentarse sin quejas con la fatigosa monotonía de cada jornada». V Aquel nogal grande del ángulo suroeste de la huerta había cobijado ya varias reuniones de jóvenes en las tardes de mayo. El nogal era grande; las reuniones, pe– queñas: pequeñas en número, no en esperanzas. También el nogal había empezado siendo una pobre nuez sin nom– bre, y de corteza bien dura... Aquel pequeño núcleo de muchachos poco brillantes ¿no podría ser el comienzo de algo que obtuviera parecidamente el más logrado desarro– llo? El P. Fidel miraba ya al nogal con singular cariño. A su sombra había dado los primeros latidos de cosa real lo que venía siendo para él una de las más bellas ilusiones de su vida. Durante la última semana de mayo, en el curso de los escasos y cortos paseos que daba por la huerta en pensa- 92
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