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ciudad puesta en el sitio más seguro: - yo de lejos te [envío mi saludo; con mi saludo, van mis suspiros - y los afectos todos [ del pecho mío. »Esta traducción castellana que yo he hecho un po– co «a la buena de Dios», refleja muy mal el encanto de los versos latinos; pero algo sabrá decirte. Yo pienso que si el espíritu que alienta en este canto de peregrinos nos llegara a penetrar de veras el alma, no nos costaría gran cosa pasar altamente por la vida, superando todas las dificultades, y con el alma en saludable tensión de eter– nidad. »¿No recuerdas haber leído algo de esto en la auto– biografía de Santa Teresita del Niño Jesús? Cuando, muy jovencita, hubo de ir durante una temporada al colegio donde se había educado, para preparar su admisión entre las Hijas de María, «trabajaba en silencio hasta el fi. nal de las clases de labores, y luego subía inmediatamen– te a la tribuna de la capilla hasta la hora en que papá venía a buscarme. En aquella estancia silenciosa halla– ba yo todo mi consuelo. ¿No estaba allí Jesús, mi úni– co Amigo? No sabía hablar sino con El... Es cierto que en aquella soledad me dominaban algunas invasiones de tristeza; pero recuerdo que entonces repetía varias ve– ces, consolándome, aquel verso de una poesía que solía recitarnos papá: «La tierra es tu bajel, no tu morada... » »Ya desde pequeña estas palabras me enardecían, y aun ahora, cuando los años han· aventado tantas impre– siones de la piedad infantil, la metáfora del navío revive sugestiva en mi alma y la ayuda a sobrellevar el destie– rro... En el cielo se clavan mis ojos, cuando pienso estas cosas. Me creo ya próxima a la ribera eterna... ; y me parece gozar ya de los abrazos de Jesús» ( Historia de un alma, cap. IV). - ¡Qué hermosos y dulces son estos pensamientos, Padre! - Sí, mujer, sí. Hay que animarse con ellos en los días espiritualmente difíciles. Sonarán para nosotros ho- 91

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