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en la existencia de los ángeles; pero si es que existen, tie– nen que ser de seguro como tú». Yo no me daba casi cuenta de lo que hacía porque estaba aturdida de des– consuelo; pero cuando él llevó su mano a mi cabeza y empezó a acariciarme el cabello, reaccioné de súbito, y con violencia, me aparté de él de un salto y le dije con una voz extrañamente dura: «Pues yo creo en la exis– tencia de los demonios, y aunque no sé cómo son, ahora me parece estar en presencia de uno de ellos». Abandoné precipitadamente el despacho, y me fui con el alma des– trozada a la capilla, a desahogar allí mi inmensa pena. »Desde aquel día apenas volví por la oficina. Me daba un apuro horrible; y además, no me encontraba muy bien. Los meses últimos habían sido agotadores para mí, a causa de mi continua tensión moral; perdí el apetito, em– pecé a sentir bastantes molestias... Mi salud terminó se– riamente afeetada, y entonces mis padres me trajeron en seguida a su lado. »No fui siquiera a despedirme de aquel por quien tanto había sufrido; pero no he llegado a olvidarle del todo: aún sigo rogando por él, para que Dios le mire con misericordia y le saque de su miseria. Parece que tampoco él puede olvidarme... Me ha escrito varias car– tas, una bien reciente, y yo no sé qué hacer: si le con– testo, temo enredarme de nuevo en un trato que pueda serme perjudicial; si no le contesto, me parece que es como dejar cruelmente abandonada a un alma a la que tal vez pudiera prestar no pequeña ayuda... ; usted me dirá qué es lo más conveniente». Con vivísima atención escuchaba el P. Fidel a J ose– fina. La voz dulce y cálida de la muchacha daba un en– canto singular al relato, dejando traslucir al mismo tiem– po cuán profunda huella habían marcado en su espíritu aquellas dolorosas experiencias de Madrid. ¡ Cuánto habría tenido que sufrir la pobre criatura, tan extrañamente sensible y delicada, con todas las co– sas que le habían ocurrido! Ella, a quien una palabra, un gesto, una actitud de personas queridas era capaz de producirle fiebre... - Bueno, ¿y a cuento de qué le he referido a usted unas cosas que jamás hubiera creído poder contar a na– die? 87

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