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cencia diciendo apagadamente: «¡Qué hermoso... y qué exacto!» - Sí - continuó el P. Fidel -; muy hermoso y muy exacto. Pero ya muchos siglos antes que el gran novelis– ta argentino, había expresado de manera feliz la más honda verdad sobre nuestra vida un hombre que tenía sobrados motivos para saber mucho de ella. Este hom– bre se llamaba Aurelio Agustín de Tagaste. Puesto a es– clibir las experiencias de sus años desde la altura de una todavía lozana madurez, ya en la primera página del li– bro de sus «confesiones» estampó conmovido esta sen– tencia, que había de ser millones de veces repetida en los posteriores siglos cristianos: FECISTI NOS, DOMINE, AD TE; ET INQUIETUM EST COR NOSTRUM DONEC REQUIESCAT IN TE «Nos has hecho, Señor, para Ti; y nuestro corazón an– dará siempre inquieto mientras no descanse en Ti». »Aquel Aurelio Agustín de Tagaste (n. 354, m. 430) es el San Agustín de nuestros calendarios cristianos, y de él han recibido nombres los Padres de ese Colegio que conocen muy bien los leoneses». - Si tuviera la bondad de repetirme esa sentencia, pero en castellano, porque de latín sé como casi todos los que hemos hecho el bachillerato: cuatro palabras, que si las vemos juntas, casi ni con diccionario lograrnos enten– derlas. - Nos has hecho, Señor, para Ti; y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en Ti. - «Nos has hecho, Señor, para Ti...» Bien, creo que no se me olvidarán en la vida. Y trataré de saborearlas en más de un rato en que me encuentre sola. »¿Sabe? Aunque no me puedo comparar, ni de lejísi– mos, con San Agustín, me parece que yo también hubiera podido escribir con toda verdad eso que dijo tan afortu– nadamente él. En estos años de atrás en que yo tanto soñaba, y tanta incomprensión o desengaños iba recibien– do, probé muchas veces que sólo cuando rezaba, sólo cuan– do yo me iba a estar sola en una iglesia o capilla, conocía un poco - a veces bastante - lo que es la paz del cora- 85
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