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jos, o equivocados..., y gritarles a la cara su sinrazón y su bajeza a los neciamente pagados de su desenvoltura. Para llegar a tan firme y ejemplar actuación, había que prepararse... Con este fin estaban convocados ellos, y... otros que irían viniendo. Quizá adivinaran el espí– ritu que él quería infundirles, considerando atentamente el contenido de cierto episodio ocurrido en los comienzos de la «vida nueva» de San Francisco de Asís. - El, hasta hacía poco hijo mimado de un rico comerciante asisiense, andaba ahora pobrecito y humilde, hecho «caballero andante» del Señor. Recorriendo el valle de Rieti, en Italia central (valle que había de poblarse más tarde de conventitos y eremitorios franciscanos a la sombra de los castaños y hayas), llegó a la pequeña ciudad del mismo nombre. Un día se encontró en la calle a un joven caballero, de la noble familia de los Tancredi. Revestido de brillante atuendo, cabalgando en brioso corcel, pensaba seguramente el muchacho que más de un par de ojos femeninos le seguirían anhelantes des– de detrás de los visillos o celosías de las ventanas... Fran– cisco se dirige a él con reverente cortesía, le saluda, y le habla así, poniendo un extraño fuego en sus palabras y en sus ojos: «Señor caballero: el talabarte, la espada y las espuelas confieren sólo un esplendor caduco. Otra cosa, otra suerte muy distinta sería para vos, si en vez del brillante talabarte quisierais poneros una tosca cuer– da, tomarais la Cruz de Cristo por espada, y el polvo y barro de los caminos en lugar de las espuelas... Venid: yo os puedo armar caballero de Cristo». Por un rápido milagro de la Gracia, el joven echó pie a tierra, se puso a disposición del seráfico pobrecillo y fue pronto admi– tido en la nueva Orden de Caballería espiritual. »Yo no intento precisamente hacer lo mismo con vosotros. Todos, o casi todos, seguiréis en el mundo; pero sí quisiera yo infundiros lo mejor del espíritu ca– balleresco para emplearlo en el servicio del Divino Rey; quisiera que con dedicación generosa y entusiasta os fue– rais dando a él «personalmente», al mismo. tiempo que trabajáis para que en los demás se establezca firmemente su Reino. »No sé cómo podremos llegar a conseguir todo esto... No tengo programas bien puntualizados. Y seguramente 79
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