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bía que tener un poco de paciencia. Entretuvo a sus muchachos lo mejor que supo, y fue informándose de sus nombres y apellidos, de sus ocupaciones, calles don– de vivían, etc... Sonó al fin la campanilla del Colegio, y bien pronto, por los claustros-galerías de la planta baja y por las escaleras empezó a oírse el ruido de los jóve– nes religiosos que subían a sus habitaciones. Antes de que abandonara el jardín con los muchachos, el P. Fidel pudo darse cuenta de que a varias ventanas se habían acercado, con discreta curiosidad, caras de estudiantes: les extrañaba sin duda ver aquel gmpo de jóvenes moviéndose por la recogida intimidad de «su» jardín. Ninguno de ellos, ciertamente, hubiera podido sos– pechar que aquel estar de unos chicos con el P. Fidcl tenía su importancia. Ya en la huerta, el Padre advirtió rápidamente cuál era el sitio mejor para estar a gusto y tranquilos. Allí, casi en el ángulo suroeste de la finca, de espaldas a la Corredera, alzaba su frondosidad el nogal grande: debajo de él hacían los Padres su recreo de mediodía en los meses de verano. Allá se dirigió con los muchachos el P. Fidel, yendo en amigable conversación a lo largo de un camino bordeado de manzanos, que mostraban ya su fruta a medio formar. Debajo del nogal había yerba fresca y jugosa; delan– te de él pasaba el cauce de una madriz que sólo de cuan– do en cuando conocía el fluir del agua de regar. A la sazón el cauce estaba convenientemente seco; y resulta– ba muy cómodo sentarse sobre la yerba de los bordes, metiendo los pies en el cauce. Así lo hizo el P. Fidel, y en torno suyo se acomodaron los muchachos. Hubo un momento de silencio... La temperatura, de– liciosa. ¡ Qué bien se está aquí! - dijo alguien. - Os gusta, ¿verdad? - preguntó el P. Fidel. - Sí. Y además, esta paz... Ciertamente, en aquel sitio y a aquella hora, gravita– ba una beatífica y beatificante paz sobre las cosas, aca– riciadas por la tarde de mayo. La ciudad, con sus teja– dos, y sus torres, y el humo de sus chimeneas, aparecía bastante lejana, separada de aquella PAZ por la mole pardo-rojiza de la iglesia y convento. Lejanos se oían 77
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