BCCCAP00000000000000000000393
de cuya «plenitud» formamos parte. ¿Se concibe, acaso, que los miembros tengan un destino, suerte, o finalidad distinta, es decir, desvinculada de la cabeza?» No todas podían seguir fácilmente el razonar del Padre: les faltaba preparación mental y agilidad de pen– samiento. Una ·porción de ellas encontraban todo aque– llo poco ameno e interesante: les hubiera gustabo bas– tante más que les hablara de los resobados y facilones temas de los novios, cine, baile... Pero el P. Fidel aspi– raba a ver algún día en su derredor unas jóvenes recia– mente constituidas mental y espiritualmente, no grupi– tos de chicas sin contenido en el alma y en la cabeza, aunque, eso sí, muy buenecitas y muy a propósito para ponerse airosa peineta con mantilla, y salir a la calle detrás de una bandera bien bordada. Continuó: «Vosotras y yo, yo y vosotras, tenemos la sagrada obligación de continuar en nuestros días lo que Cristo empezó y llevó - en lo que era de su perso– nal incumbencia - a feliz término. El Padre Celestial nos ha puesto aquí para eso, y precisamente en estas circunstancias de tiempo, lugar, ambiente, etcétera... Na– da hay en esto de que debemos cooperar todos a la «obra de Cristo», como tarea fundamental· y común de los cris– tianos, que se oponga a que cada uno tenga también su singular destino en la vida, una propia misión que cum– plir. Al contrario, realizando lo más perfectamente posi– ble nuestro personalísimo e intransferible quehacer es como mejor ayudaremos a la obra común, obra grandio– sa que trasciende al tiempo y al espacio. Las posibilida– dres de unos y de otros varían en escala inabarcable; ade– más, cada uno tiene «su manera» de trabajar, y cada uno tiene «su gracia», como dice San Pablo (I Cor., VII, 7)... Lo cual significa que para Dios pueden ordenarse activa y eficazmente los modos de vida más dispares: desde el cardenal al barrendero, desde la monja contemplativa de clausura hasta la muchacha que va haciendo su mani– cura de domicilio en domicilio. »Lo que importa es que estemos bien convencidos to– dos de que Dios nos pide «algo», de que algo represen– tamos para la suerte de otras almas, de que pesamos algo en los destinos del mundo. Y no es cosa poco seria sa– ber que el fracaso o éxito de nuestra vida pende de lleno 74
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz