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tonces nuestra pequeña heroína se siente feliz, y a solas revolverá cien veces en su cabecita aquellas palabras, aquel gesto, aquella atención. »Me diréis vosotras que en todo esto no se ve ningún mal, y que el tan peligroso «enemigo» no aparece por nin– guna parte. Efectivamente, el «enemigo» no aparece, pero aparecerá... Cuando la joven está a punto de meterse por la seductora ruta del amor, es el momento de gritarle con toda la fuerza de los pulmones: «¡Atención! Curvas peli– grosas. No vayas demasiado de prisa. Avanza siempre con precaución. Lleva si puedes un guía experto». »Lo que empieza siendo un amor noble, con delicade– zas y buen gusto, puede ir degenerando, hasta convertirse en amor brutal, en vulgarísima pasión fisiológica. Entonces, sobre los sucios restos de lo que fue un amor, podrá escri– birse un desolador epitafio... »En esto de los amores, o amoríos, deben de ser mu– chos los que no empiezan mal; pero sé que son bastante pocos los que terminan bien. »Recordad la historia de Fausto y Margarita, inmorta– lizada por Juan Wolfgang Goethe. Fausto encuentra por pri– mera vez a Margarita a la salida de una iglesia - la jo– ven era piadosa - ; y el escéptico doctor se dirige a ella muy galán: «Hermosa señorita: ¿puedo ofreceros mi com– pañía y mi brazo?» - «No soy ni señorita, ni hermosa (re– plica ella, que se daba cuenta de su modesta condición); ni necesito tampoco que nadie me acompañe para volver– me a mi casa». ¿Cabe una actitud más digna y cautelosa? Pero, ¡lo que es el corazón humano!, aquella misma tarde, Margarita, sola en su cuarto, no hacía más que pensar en el lance, diciéndose a sí misma: «Daría cualquier cosa por saber quién era aquel caballero de esta mañana. Su rostro y su porte indicaban bien a las claras la nobleza de su es– tirpe»... »Al cabo de algún tiempo, la misma Margarita de la respuesta tan discreta del primer día aparece avergonzada y llorosa ante una imagen de la Virgen de los Dolores: «Dígnate, Madre afligida, compadecerte del sufrimiento ho– rrible que me abruma... ¿Quién es capaz de soportar este tormento que me desgarra el alma? ¡Tú sola, oh Madre! Tú sola, que sabes de amar y sufrir... Cuando al amanecer cogía para Ti estas flores, he regado con mi llanto todas las 576
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