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sidad de una alta vida espiritual en el cristiano: sólo cuan– do el alma está de asiento en un mundo superior, puede fá– cilmente triunfar sobre las turbadoras agitaciones del mun– do de los sentidos. La castidad, más qµe un valor en sí misma, es prin– cipalmente valiosa por lo que sirve a la tarea de nuestra elevación. Por eso las luchas de la castidad podrían muy bien rotularse como «la lucha por el espíritu». »Para salir con bien en tan decisivo empeño, hay que imponerse una norma austera de vida, renunciando a bas– tantes cosas agradables (también tienen que renunciar a mucho los deportistas, y sólo por una «corona corrupti– ble» como escribió San Pablo) y hay que acudir reiterada– mente a Dios, para que El nos sostenga con su gracia. »El hombre cristiano en este mundo no tiene más al– ternativa que· la del soldado frente al enemigo: O ENVILE– CERSE, O COMBATIR. Y como para ninguno de vosotros puede resultar programa apetecible eso del propio envile– cimiento, no os queda otra salida que la de poneros deci– didamente al combate: HACER lo que podáis; PEDIR lo que no podáis; y esperar que os AYUDEN para po– der. IV En la Sección de los chicos había originado cierto des– concierto la desaparición de «Avanzadilla». El periodiquito quincenal significaba mucho para ellos, no sólo por lo que traía en sus páginas, tan a propósito para mantener el mejor espíritu, sino por lo que tenía de cosa propia, de afán común, de generosa entrega a algo que les mantenía despiertos y en forma para lo que fuese. Ahora, en obligada inactividad hasta cierto punto, sentían como una depresión o vacío. El P. Fidel trataba de remediar aquello lo mejor que podía, aunque no era fácil encontrar remedios bloqueado como estaba y sin recursos materiales. A poco de la supre– sión del periódico metió a su gente en la preparación de una Asamblea local de la V. O. T. 569

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