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« ... Y quiero dar en amores cuanto mi espíritu encierra, y deshacerme en sudores: para que al dar en la tierra, produzca la tierra flores». Tales versos reflejaban admirablemente la más autén– tica espiritualidad de Rosa María. Casi ya a principios de mayo, el Frente de Juventu– des de León se puso a preparar intensivamente la fiesta de su Patrono San Fernando, rey de León y Castilla (y también terciario franciscano, aunque esto no lo sabían los del Frente). Era frecuente que a la caída de la tarde, desde su tranquila celda, oyese el P. Fidel a las formacio– nes juveniles que regresaban de sus ejercicios Corredera arriba y pasaban cantando por delante del convento. El les escuchaba siempre con gusto. «Prietas las filas, recias, marciales, nuestras escuadras van: cara al mañana, que nos promete Patria, Justicia y Pan». ¡Nuestras escuadras van! Qué diferencia entre aque– llas canciones, entre el espíritu que las alentaba, el mi- serable decaimiento de estos versos acababa de Le Guignon, de Baudelaire: «Hacia un cementerio solitario, mi corazón, como un tambor enlutado, batiendo va marchas fúnebres» ... Y ¡ qué diferencia entre todo aquello del Frente de Ju– ventudes y las canciones idiotas, desvirilizadas (idiotas en su letra, desvirilizadas en su música), que, importadas casi siempre de países flojos, estaban llenando las horas de la Radio y los altavoces de las fiestas! Aquellos semi– hombres que cantaban desde los discos con tantos desma– yos, blandenguerías, suspiros y sensualidad, eran como pa– ra causar náuseas a todo varón español bien constituido. Los muchachos de Elola formaban otro mundo. 562

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