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- Llevo meses tratándolo con mi confesor, el Padre Juan María... He escrito varias veces al Padre Provincial, y ya tengo carta suya de admisión. Sólo quedan por arre– glar ciertos detalles. »Creo que mi decisión no es fruto de un arrebato sajero. Usted ya sabe algo de cómo era yo antes, por mi mana Carmina; sabe también cómo err1pe:cé a cambiar... Pues bien: ¡ yo no quiero hacer las cosas a medias! Ya que Dios se acercó misericordiosamente a mí, para salvar– me de mi insensata y orgullosa miseria, justo es que yo ahora, para corresponderle, haga todo lo necesario para poder darme completamente a El. ¿No lo encuentra usted razonable? - Aún más que razonable, pues estas cosas no se arreglan con la sola razón. Pero ¿te has dado cuenta de lo tremendas que son esas palabras que has dicho? Entre– garse del todo a Dios es una cosa muy seria. Lo más serio que puede hacer una criatura. - He tenido que luchar mucho; pero ahora, tomada ya la resolución, todo me parece fácil. - Todo te parecerá fácil; mas yo te aseguro que no lo será. EL DARSE DEL TODO A DIOS, aun en los con– ventos, resulta una empresa soberanamente ardua. »Me imagino que todos llegamos al noviciado con la mejor de las voluntades y los más santos propósitos; pe– ro luego... Mira, muchacho, con la absoluta lealtad que nos debemos, y que es norma de nuestro estilo «vanguar– dista», te declaro que no todos los que entran aquí se aplican a vivir de veras eso de «darse totalmente a Dios». ¡ También entre nosotros se puede vegetar miserablemen– te! Así como entre los cristianos hay tres clases o grupos : los malos, los pasables y los francamente buenos, así tam– bién entre los «consagrados a Dios» se dan los menos que medianos, los medianejos y los de veras fieles, que son los que no olvidan nunca aquello para «lo que están». »Amigo mío: tú no debes ser nunca ni de los prime– ros ni de los segundos. ¡ Fuera medianías y vulgaridades ! «O César, o nada» has de repetirte frecuentemente, como se lo decía a sí mismo, de novicio, uno de nuestros San– tos capuchinos. O no se comienzan las grandes empresas, o, de comenzarse, se llevan hasta el fin. ¿No encuentras vergonzoso el meterse en un convento para luego vegetar, 542

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