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Hubieran tenido que ser aquellos muchachos delicados como novicias de clausura, e ir calzados con escarpines de seda, para que el pobre salón quedara intacto y sin heridas; pero no, los muchachos aquellos eran como los que todos conocemos en esa edad que va de la niñez a la auténtica juventud: les gustaba vocear, y hacer ruido, y atacarse en plan de irresistibles boxeadores, y maltra– tar las cosas, y pisar recio con sus duras botas clavetea– das. Apenas había puerta sana, ni pared limpia, ni esca– lera sin «mataduras»... Celebrar pequeñas reuniones en tal local y ambiente resultaba muy poco grato. Pero el P. Fidel no tenía otro recurso, y así, aprovechando un día en que el salón esta– ba libre, y reuniendo de aquí y de allá unos cuantos ban– quillos ligeros, pudo ver agrupados delante de sí, cerca del escenario, a los chicos y chicas que venían escuchán– dole desde hacía algunos meses en los círculos o reunio– nes semanales. Quería darles la última lección del curso; y en ella, recordarles ciertas normas de vida que debían ser tenidas muy en cuenta durante el verano. Como era su costumbre, trató de ir al fondo de las cosas, sin entretenerse dema– siado en el fácil terreno de los consejitos prácticos, que estaban muy bien, y eran de necesidad..., pero que corrían el peligro de resultar ineficaces por su misma superficiali– dad y su sabor a cosa excesivamente manoseada. Como núcleo de su lección le sirvió admirablemente un corto pasaje epistolar de San Pablo. - Entre las Epístolas del gran Apóstol encontramos una muy breve (breve, si tenemos en cuenta la extensión de casi todas las demás), que él escribió el año 65 de nuestra Era Cristiana, en Nicópolis de Epiro (noroeste de la actual Grecia) o de camino para tal ciudad, cuyo an– tiguo esplendor ha quedado reducido hoy a unas bajas ruinas del gran teatro... El destinatario de la carta era Tito, discípulo amadísimo de San Pablo, a quien éste ha– bía dejado de obispo en la isla de Creta, tierra reciente– mente evangelizada por ellos, precisamente al volver el Apóstol de su rápido viaje a España. »Pues bien: hacia la mitad de esta Epístola a Tito se lee algo que debió escribir San Pablo con especial interés y fuerza: «Tales cosas son las que debes enseñar, 123
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