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que no acertaba entonces a decirle nada, El ya entendería que había algo, algo, en aquel mirar de «su pobre Jose– fina» ... Cuando se le can~aban los ojos, los cerraba dulce– mente, e inclinando la cabeza, ocultaba todo el rostro en– tre las manos. Se le pasó el tiempo sin darse cuenta... sintiendo muy hondamente en el alma una cosa extraña que ella no se acordaba de haber sentido nunca. Quedó bastante sorprendida cuando vio que salían ya a hacer la Exposición. Oyó luego que rezaban el Rosario..., que anunciaban después la novena del Sagrado Corazón, y que inmediatamente empezaban en el coro a cantar... «Corazón divino, Corazón sagrado, grande y sublime Corazón llagado de amores por mí... » ¡ Qué cosa más extraña le estaba ocurriendo ! ¡Si aquel cántico lo sabía ella de memoria, y lo había oído cantar muchas veces ! ¿Por qué ahora, ahora... ? Parecía que algo le había dado a ella misma en el corazón. Los ojos se le llenaron de lágrimas... Ocultando la cara entre sus manos sólo pudo murmurar: ¡Dios mío J ¡Dios mío l ¡Con tu Co– razón llagado de amores por mí, por mí, por mí..., y yo nunca me había dado seria cuenta de ello! Cuando «se le pasó» lo más intenso de su emoción, pudo advertir que estaban ya en las alabanzas de la Re– serva: «Bendito sea Dios. Bendito sea su Santo Nombre. Ella no era capaz de repetir nada. Ella, con el alma apretada y felíz, con toda la fuerza de su corazón sensi– bilísimo, con la muda elocuencia de sus grandes ojos os– curos que se clavaban en la Sagrada Forma como si le estuvieran viendo a El, sólo podía repetir: «No más peregrino llamando a mi puerta: ¡ entra y sé duefío, que el alma no acierta a vivir sin Ti!» 121

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