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(Luc., I, 14). Y la Iglesia pide al Señor, en la oración litúr– gica de la festividad, que conceda a su pueblo cristiano «la gracia de los gozos espirituales, al mismo tiempo que dirige la mente de todos los fieles por el camino de la eterna salud». A causa de estas incitaciones sagradas a la alegría, hasta los mismos frailes del convento de San Fran– cisco se congregaban en la huerta después de la cena del día 23 de junio, y formando círculo alrededor de una gran hoguera que había sido preparada alegremente por los coristas, cantaban con gozosa solemnidad gregoriana el Cántico de Zacarías: «Benedictus Dominus Deus Israel... : Bendito sea el Señor Dios de Israel...» En la línea de una celebración fina, limpiamente go– zosa, cristiana y muy tradicional, estaban los «Sanjuani– nes» de los niños leoneses : la colocación de pequeños al– tares en honor del santo por casi todas las calles y pla– zas de la ciudad. Luego, los del benemérito grupo de «Tradiciones leonesas» iban recorriendo los numerosos al– tarcitos, para dictaminar cuáles eran merecedores de los premios señalados. Había ciertamente muchas cosas sim– páticas en las fiestas de San Juan de León. Pero no todos sabían celebrarlas con decoro cristiano. Muchos, burdos y sensuales para todas las cosas, hacían consistir la alegría en comilonas intemperantes, en borra– cheras, en bailoteos... Con ambiente propio, el sentido pa– gano de la vida, que nunca muere del todo en nosotros, se dejaba sentir pujante en muchos corazones, y había quie– nes ya sólo pensaban en gozar, divertirse, pasarlo bien..., fuera como fuese, honesta o deshonestamente, sin ley ni freno, hasta hartarse, hasta cansarse... - Sabía el P. Fidel que ni sus muchachas ni sus mu– chachos podían resultar del todo insensibles al ambiente de aquellos días, con sus espectáculos, con sus verbenas, con su promiscuidad multitudinaria, con su música, satu– rada no pocas veces de excesivo sentimentalismo o de sensualismo demasiado pegajoso... Y porque lo sabía, no podía dejar de temer por ellos, máxime por los chicos, cuyas apetencias eran más fuertes, y que estaban peor preparados para la lucha. «A coger el trébole, el trébole, el trébole, a coger el trébole la noche de San Juan, 119
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