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pito de chirridos, ¿sólo para tan mezquinos resultados? »Pienso si los vencejos no estarán ahí como un sím– bolo de las pobres criaturas humanas, de las innumerables criaturas humanas, que tan inquietas y afanosas andan por la tierra como ellos por el aire,- sin sosegar nunca, siempre con apetencia de «algo»..., de algo que muy bien puede ser tan miserable como las moscas y mosquitos de que se nutren nuestros hermanitos los vencejos. »La observación de esas negras creaturas del aire te debe confirmar, María de la Gracia, en la lección que estoy tratando de explicarte : que no vale la pena aplicar nues– tros mayores o mejores esfuerzos a lograr de esta vida, con la ilusión de «pasarlo bien» aquí abajo, todo lo que esta vida puede ofrecer, pues indudablemente, después de consumimos en agotadora actividad, después de mu– cho correr y mucho ruido, nos encontraríamos con unos resultados del todo ruines, a propósito tan sólo para en– gañar momentáneamente nuestra hambre de altas y sus– tanciales cosas. »Del vencejo sólo debemos considerar como algo nues– tro su no estar hecho para posar y pararse en tierra. Y en su terrible agitación de cada día hemos de encontrar el emocionado recordatorio de que tampoco nosotros po– dremos sosegar nunca, mientras no vayamos en serio a buscar nuestro descanso en Dios». Los días de junio no sólo traían la plenitud de los vencejos; traían también la plenitud de las rosas en el alto clima de León. Las azucenas duraban desgraciadamente poco. Solían perfumar el jardín conventual y la iglesia de San Fran– cisco durante la novena del Santo de los lirios, San An– tonio de Padua, y mientras estaban lozanas, eran senci– llamente espléndidas; pero cuando empezaban a desha– cerse marchitas, tomaban un cierto color de suciedad en sus pétalos «pasados», y presentaban la más lamentable y antiestética figura. En los rosales, sin embargo, florecían las rosas semana tras semana. Las había de incontables variedades. Cuando el Padre Fidel, al salir del coro después de la oración, en– traba por la mañana en su celda, olía de golpe la delicadí– sima fragancia que subía del jardín. 115
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