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Precisamente, durante la larga entrevista de Maria de la Gracia con el P. Fidel, llegó con toda claridad hasta ellos, en alguna breve pausa que se produjo, el gritar de una «escuadrilla» que debía de pasar muy cerca. María de la Gracia, que cuando menos podía esperarse tenía «salidas» de criatura pequeña, exclamó de pronto con ligera risa y tono, como si no le interesaran poco ni mucho las cosas serias que iba diciendo el P. Fidel : « ¡Huy! ¡Qué diverti– do! ¿No le hace gracia ver a los vencejos dando vueltas todo el día, como si estuvieran locos o desesperados'! Yo no les hago mucho caso; pero a veces me divierte verlos chillar y correr». - N'J sé si me hace gracia el espectáculo de los po– bres vencejos. Sí sé que los he observado muchas veces, porque aquí sobre el jardín interior del convento, abundan mucho, y porque siempre he sentido un raro interés hacia ellos. Me llama la atención su línea, tan «aerodinámica», su increíble rapidez de vuelo aun en las más cerradas curvas, su más increíble resistencia... : ¿cuántos ldlómetros llega– rán a volar « a todo gas» durante las muchas horas diarias de luz?; me llama la atención su insaciable voracidad, y me llama más hondamente la atención su no estar hechos para permanecer en tierra... »Desde la ventana de mi celda o parado de pie en el jardín, ¡he seguido su vuelo tantas veces!; he observado a sus pequeñas escuadrillas, casi siempre de número im– par, que con fulgurante rapidez lo mismo podían dar cua– tro docenas de vueltas que cuatro centenares. También he podido contemplarles más de cerca: teniendo a algunos de ellos prisioneros en mi mano - siempre con precau– ción, porque sus pequeñas patas terminan en garra na– da suave -, les he mirado entonces fijamente a sus oji– llos oscuros, que supongo de potentísima pupila... » Y nunca he logrado comprender el misterio de los vencejos. Pequeños seres, esencialmente inquietos, que no se las arreglan más que por el aire, que parecen querer deshacerse cada día en un frenesí de velocidad..., y todo ¿para qué? Quizá sólo para atrapar en sus fauces unas do– cenas de insípidas moscas o mosquitos, que calmen de alguna manera su hambre sin fondo. »Por eso muchas veces me he preguntado: Pero tan acabada «línea», y tan incansable actividad, y tanto estré- 114
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