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I II La vida en el convento de San Francisco parecía estar presidida o dominada durante el mes de junio por la es– tridente música de los vencejos. Con la proximidad de los exámenes finales, hasta el rumor de «colmena en movimiento» que, a ciertas horas sobre todo, solía notarse por el ámbito del Teologado que– daba notablemente reducido, y sólo maltrataban el solemne silencio conventual los impetuosos chillidos de aquellos pájaros oscuros. Casi todos los días, cuando a las seis de la mañana so– naba por los claustros el toque «oficial» de levantarse, ha– bía ya varios religiosos despiertos a causa de las ruidosas pasadas que daban las escuadrillas de vencejos. Al P. Fidel le ocuTI"ió también varios días este despertar prematuro, pues por la ventana abierta, con la luz mañanera del mes más luminoso del año, le entraba igualmente de lleno la estrepitosa diana de tales escuadrillas, que volaban dispa– radas sobre tejados y huertas. No siempre se despertaba así, pues como el activo vivir de cada día solía dejarle bas– tante cansado, su sueño de la noche resultaba hondo v no fácilmente perturbable. - Sí; en el aire de junio había música de vencejos... Mu– cha música de muchos vencejos. Y no sólo en las horas de levantarse el sol. Seguía sonando a lo largo del día, y al– canzaba tal vez su algarabía más alocada en las horas del atardecer, cuando los pequeños insectos alados se zambu– llían en el cálido aliento de la atmósfera que había esta– do transida de sol, y los vencejos buscaban colmar su es– tómago para el obligado reposo nocturno. La música de los vencejos, que tenían a docenas sus nidos por los tejados y muros del gran convento de San Francisco, podían oirla los religiosos desde cualquier lu– gar: desde el coro, cuando allí estaban para la oración en común; desde las tribunas del presbiterio, cuando indivi– dualmente hacían alguna silenciosa visita a Jesús Sacra– mentado; desde los claustros, desde la biblioteca, desde el refectorio... ; hasta desde los recibidores, que por su situación en la planta baja y dando a los ruidos de la ca– lle, parecían estar bien lejos del mundo de los pájaros. 8. - Témporas ... 113
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