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to, me parece que se trata de exageraciones piadosas, y quisiera por eso pedirle algunas explicaciones, pero será mejor dejarlo para otro día, ¿no le parece? - Sí; mejor será dejarlo para otro día, porque la charla de hoy se va alargando bastante. - Dígame con sinceridad, Padre, ¿no cree usted que eso de vivir intensamente para Dios tiene que resultar bas– tante soso, demasiado aburrido? - Eso parece hasta que se prueba. Ya San Agustín hizo la observación de que las cosas del mundo, cuando no se tienen, despiertan apetito, deseo, y cuando se alcan– zan, no tardan en causar desilusión o fastidio; las cosas de Dios, en cambio, que de lejos resultan muy poco ape– tecibles, cuando llegan a gustarse despiertan un hambre cada vez mayor. Dios tiene una maravillosa canción para cada alma; pero Dios no « se entrega» fácilmente; se hace desear y buscar por largo tiempo ; como el marinero del romance del conde Arnaldos, podría repetir El: «Yo no digo mi canción sino a quien conmigo va». »Todo lo que es necesario hacer para vivir al alto es– tilo que Dios quiere, no se puede hacer «en frío»; se nece– sita tener el poderoso aliento del Espíritu de Dios, que es Espíritu de Amor, el mismo Amor, increado y sub– sistente. - ¿ Y no se puede compaginar todo eso del vivir para Dios con un moderado disfrute de las cosas de la tie– rra? - Tal disfrute estará reñido con un auténtico vivir pa– ra Dios, si se busca por sí mismo. La doctrina cristiana ha considerado siempre como inmoral todo buscar el gusto por el gusto, el goce por el goce, aunque sea en cosas o actos de suyo lícitos. Lícito es el comer; pero si al hacerlo sólo se busca el placer de la comida, resulta ya un acto desor– Jenado. Aquí abajo el goce o placer que Dios haya juntado a ciertas cosas u operaciones tiene siempre razón de «es– tímulo» o «medio» para mejor lograr algún fin; pararse voluptuosamente en el goce sin atender al fin, será siem– pre un desorden de mayor o menor cuantía. »El alma que quiera llegar a Dios no puede detenerse 111