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primordial tarea, resulta completamente inútil y vacía. - Me parece entender que el mal no está tanto en lo que solemos hacer, cuanto en el espíritu con que lo hace– rnos. - Sí, en el espíritu (o más bien en la falta de espírtu) está la más honda raíz dei mal. Pero frecuentemente existe ya un gran desorden en lo mismo que se hace y en el tiempo que a ello se dedica. ¿No es verdaderamente abusi– vo que se empleen tantas horas en trabajos, diversiones, negocios, y que nunca «se encuentre tiempo», o sólo en porción escasísirna, para volverse a Dios y para atender al prójimo por Dios? Un habitante de otros mundos, un marciano, por ejemplo, que cayese de pronto entre los fieles de Cristo y pudiera observar agudamente su con– ducta - conversaciones, afanes, quehaceres -, ¿podría su– poner que ellos se confiesan desterrados y peregrinos en este mundo, que tienen un Credo donde declaran su fe en la vida eterna? - Quizá no. - De seguro que no. Salvo raras excepciones, ellos se conducen corno si no hubiese más vida que ésta, corno si no pudiera contarse «de seguro» con otra futura y mejor, corno si lo verdaderamente importante fuera instalarse bien aquí. Parece que nadie cree «de veras» que es mucho más importante amontonar tesoros de obras buenas para la vida eterna, que atropar unos cuantos puñados más de pesetas para la vida presente. »Sí, hay ya un grave desorden en esto de dedicar casi todo el tiempo a lo accesorio, y no encontrar nunca tiempo para atender a lo principal. Pero lo peor es que, por no tener el verdadero espíritu cristiano, no se sabe santificar o elevar todas esas ocupaciones materiales, que hasta cierto punto resultan inexcusables. Se puede traba– jar mucho, desplegar una actividad temporal pasmosa, y cumplir estupendamente con lo que Dios pide de nosotros. Bastantes santos son la mejor prueba de ello. Lo que im– porta es entender «cristianamente» las cosas y dar a cada ocupación o quehacer su debido puesto e importancia. Dos personas pueden aplicarse a unos mismos trabajos, y sin embargo, obrar con muy distinto espíritu, porque una po– ne su «fin» en lo que hace, y otra lo considera simplemen– te como «medio»; en el fin se para y detiene uno, al «me- 109
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