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dóname. Mañana, con tu ayuda, trataré de ser mejor». »Esta es la breve historia de una jornada en el vivir de la pobre María. ¿Qué es esto a los ojos del mundo? Seguramente, nada. Los del mundo, encogiéndose de hom– bros, dirán: «¡Bah! Tonterías». Pero a los ojos de Dios, esto, que parece tan sencillo, tan insignificante, esto es todo. Aquí está el secreto de la fecundidad o esterilidad de una vida, el secreto de la elevación o miseria de las almas. »¿Qué hay - concluía el P. Fidel - entre todo eso que hacía la humilde y sublime costurerita, que no podáis hacer también vosotras si de veras lo queréis?» Consuelito recordaba con emoción la página de «la pobre María», y más de una vez le había servido para sacudir las mejores energías de su espíritu en aquellas horas en que dejarse llevar placentera o indolentemente de la VIDA le parecía la única cosa que de hecho valía la pena en el mundo. 11 María de la Gracia era también, como Consuelito, una de las jóvenes terciarias que más hondamente habían asimilado las lecciones del P. Fidel. Su alma podía muy bien compararse a un terreno virgen y generoso, pero no fácil de roturar. Con su aire infantil y una real ingenui– dad para muchas cosas se juntaban en ella un carácter firme, terco, en ocasiones su madrina, algo dominante, le decía no rara vez que era «muy cabezota» -, y cierta acusada independencia de criterio, que nada tenía que ver con un modo de ser «esquinado», pues, aunque no excesivamente comunicativa, tenía gran delicadeza para no molestar ni causar pena o fastidio a los demás. En todo lo referente a juicios o criterios sobre cosas y per– sonas, ella oía y pensaba... ; luego tomaba su posición por propia cuenta. A pesar de su sincero afecto y hasta admiración por el Padre Fidel, no era para éste de las más fáciles de 105

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