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ces en no pequeñas dosis, el sutil despecho de no acabar de ser como ella quería y debía, la oscura rabieta de ver que las cosas no salían frecuentemente conforme a sus deseos y planes... Pero como de veras buscaba seguir el camino de Dios, al día siguiente procuraba empezar de nuevo. No todas las mañanas se sentía igualmente animosa. Se levantaba unas veces con demasiadas ganas de cantar y correr, y, por tanto, con muy pocas de pensar en cosas es– pirituales... ; otras, despertaba con un inexplicable malhu– mor, o con gran apatía, indiferente a todo y con ganas de no hacer nada. Había jornadas enteras que parecía como si todas las personas se hubieran puesto de acuerdo para fas– tidiarla, y todas las cosas para salirle mal o darle en ros– tro; el demonio entonces no se descuidaba de poner un apretado cerco de desabrimiento a su espíritu para hacer– la saltar y desesperarse. La tentación de otros días, en cam– bio, era más bien la de una sutil desgana, porque era muy natural sentir el cansancio de la «cuesta arriba» en su em– presa. ¿Para qué aquellos afanes de mayor perfección per– sonal y eficacia apostólica, si para ser buena cristiana no se necesitaba tanto? ¿Por qué no había de ser ella como otras muchachas «de las que nadie tenía nada que decir», y que sabían muy bien administrar su piedad de manera que no estorbara o comprometiera sus «planes» de vida alegre y bien colmada de diversiones?... Consuelito terminaba sobreponiéndose siempre a sus «pequeñas crisis», porque no dejaba la oración, aunque mu– cha desgana sintiese, y porque sabía acudir humildemente al confesor cuando notaba el peligro de sus interiores des– fallecimientos. Una de las cosas que más la animaba a seguir por el ca– mino comenzado era el recuerdo de cierta página que les había leído en una reunión el P. Fidel. Se la sabía casi de memoria, porque cuando el Padre la leyó ella se había atrevido a rogarle delante de todas que la repitiese, «pues era preciosa», y su amiga Encarnita había tomado rápida– mente unas notas taquigráficas... «Vosotras no conocéis a la pobre María. Casi nadie la conoce fuera de su pueblecito. Y, sin embargo, María es a los ojos de Dios uno de los más importantes personajes del mundo. 103

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