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siguiente, se sentía obligada a tomarlas muy en serio. Lo de que ella - como todos los demás - tenía que cumplir una misión, realizar una tarea durante la vida, la había su– mido en profundas reflexiones... Llegó pronto a convencerse de que tenía que ser muy de veras para Dios y había de ayudar también a que otras almas lo fueran: ¿no había dicho el Padre que la misión personal de cada cristiano está muy íntimamente relaciona– da con la misión misma que el Hijo de Dios trajo al mundo, misión que aún no estaba «totalmente» cumplida? Y había que empezar pronto, que el tiempo pasaba y na– die sabía de cuántos días o años podría aún disponer para realizar el programa de Dios. No era necesario aguardar a ver claro cuál sería el propio camino en la vida, no había que esperar ll conocer la propia «vocación», ni menos a «tomar estado»... Todas estas cosas tendrían suma impor– tancia, sin duda, porque cuando tanto hablaban de ellas a las jóvenes... ; pero lo más esencial era lo otro: el saber que hay que hacer «ya» algo, y ponerse a hacerlo cada día. En todo esto había pensado mucho Consuelito durante el mes de mayo. De todo esto había también hablado ella con el P. Fidel en una larga entrevista; y, además, las úl– timas lecciones del Padre habían versado precisamente sobre «el arte» de ir haciendo algo cada jornada (algo para agra– dar a Dios y servir espiritualmente al prójimo), aprovechan– do las pequeñas ocasiones, los medios y posibilidades de ca– da uno. Sabía ya, pues, a qué atenerse; y con generoso ánimo se puso ella a practicar lo que teóricamente había apren– dido. Unos días creía haber estado «muy bien» y, entonces, al ir a la cama por la noche sentía gran satisfacción: ¡ aquel día no había sido perdido..., ella no había sido del todo ma– la..., Dios estaría algo contento... ! Pero no todos los días resultaba así, aunque la buena voluntad no le faltase nun– ca. ¡Cuántas noches tenía que acostarse disgustada de sí misma! Sin saber cómo, se había descuidado más de la cuenta, había estado con muy pocas ganas de sacrificarse, se había dejado llevar bastante del genio, que lo tenía muy vivo... Y quizá al hacer el balance de la jornada en el exa– men de conciencia, no siempre su pesar era producto puro y genuino del amor de Dios; se mezclaba también, y a ve- 102

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