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«¡Oh puro corazón!, tu dulce polvo lirios ha de brotar; y en sus hojuelas «AVE MARIA» escrito ha de leerse en auríferas letras». ¿Por qué él no iba a soñar en aquellas postrimerías de un mayo memorable? ¿Por qué algunos de aquellos corazones jóvenes que él empezaba a conocer, y trataba de modelar, no iban a ser tan puros como el de Elsa? Tenía derecho a esperar que, por ejemplo, de los corazo– nes de Azucena, Josefina, Maria de la Gracia, Consuelito, etc., fueran bien pronto brotando lirios puros y fragantes, azucenas como aquellas que, ya espigadas por diversos cua– dros del jardín, sólo esperaban el cálido beso de junio para ofrecer al Señor su blancura y su perfume; y en las flores de tales corazones se vería escrito, sin duda, como una alta consagración de limpieza virginal, el nombre de MARIA, Madre del Amor Hermoso, Reina de la Primavera, Protectora de la juventud. 100

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