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2. - EL PROTOTIPO 73 Ten siempre, como prototipo y ejemplar, delante de los ojos de la mente la modestia del divino Maestro que, según la expresión del Apóstol a los de Corinto, pone la modestia de Jesucristo en paralelo con la mansedumbre que fue su virtud propia y casi su caracterlstica: « Yo, Pablo, os exhorto por la man– sedumbre y por la modestia de Cristo)) ( 2 Co. 1O, 1), y en conformidad con un modelo tan perfecto reforma todas tus acciones externas, a fin de que sean espejo fiel que revele los sentimientos de tu interior. Nunca te olvides de este divino ejemplar: figúrate que ves una amable majestad en su presencia, una cierta agradable autoridad en el hablar un cierto grato porte en el andar, en el mirar, en el dialogar, una cierta dulce serenidad en la cara; imagínate al aire de su rostro tan compuesto y tan suave con que llevaba tras de sí a las turbas, las sacaba fuera de las ciudades y de los caseríos, llevándolas a los montes, a las selvas, a la soledad y a las playas desiertas del mar, sin preocuparse ellas de la comida, de la bebida ni de sus quehaceres domésticos. Sí, procuremos copiar en nosotros, en cuanto nos sea posible, acciones tan modestas, tan decorosas y esforcémonos por llegar a ser, cuanto más mejor, semejantes a él ahora en el tiempo, a fin de que después seamos más perfectos y más semejantes a Él por toda la eternidad en la Jerusalén celestial» (25-7- 1915, III, 88-90). Respecto a los misterios de Jesús que el P. Pío presentaba a la contemplación de sus hijas espirituales, debemos repetir la observa– ción hecha al referirnos a las virtudes: no es posible mencionarlos todos. Recordaremos sólo dos de ellos, por parecernos particular– mente ricos en enseñanzas normativas para las almas que anhelan la perfección y a las cuales se ha dirigido al recomendar las virtudes, esto es, nos referiremos a la encarnación, el nacimiento en Belén, y la muerte en cruz. De este misterio nos ocuparemos más amplia– mente en otro capítulo. Para hablar de la encarnación del Verbo y de las enseñanzas que se pueden deducir de su nacimiento en Belén, tiene presentes las fiestas navideñas, que para él tenían una ternura y un significado especiales. En la Navidad de 19 l8 escribía a un alma probada por la sequedad de espíritu, animándole a una vida de fe y de entrega: «¡Jesús Niño reine siempre en tu corazón y establezca y afiance siempre cada vez más su reino dentro de ti! Estos y otros deseos son los dones que yo estos días he ofrecido al Niñó de Belén por ti. Nuestro Señor te ama y te ama tiernamente, y si Él no te hace sentir la dul– cedumbre de este su amor, es con el fin de que te reconozcas más humilde y vil a tus ojos. No dejes por esto de recurrir a su santa benignidad con toda con– fianza de modo especial en el tiempo en el que le representamos como el pequeño niño de Belén, porque ¿con qué finalidad adopta esta dulce y amable
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