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2.. EL PROTOTIPO 71 No pretendo -y no sería posible en este lugar- hacer un elenco de todas las virtudes, de las cuales Jesús es propuesto como modelo. Me referiré solamente a dos: la humildad y la modestia, de las que el P. Pío habla ampliamente. Recomendando a la noble señora Rafaelina Cerase ~la sumisión total» a su hermana, escribe con tal motivo esta página: «Procura someterte a Juana y para hacerlo piensa en lo mucho que el Hijo de Dios se humilló en su encarnación y en su vida mortal, de modo especial en su dolorosa muerte, hasta poder decir con el profeta: Estoy reducido a la nada ( SI. 58. 9... ?). Y tengamos siempre presente que una tan grande humiliación fue precisamente lo que le hizó digno de honor y de gloria, cumpliéndose en Él aquello de «Quien se humilla, será enaltecido»/ Le. 18, 14). Deseo que las humillaciones del Hijo de Dios y la gloria de que ellas fue– ron motivo, sean objeto de vuestras meditaciones-cotidianas. Consideremos el anonadamiento del Verbo divino. el cual -·según las expresiones de S. Pablo– teniendo la forma de Dios, habitando en Él corporalmente la plenitud de la divinidad / F/. 2. 6: CI. 2, 9) no tuvo a menos el abajarse hasta nosotros para levantarnos hasta el conocimiento de Dios. Este Verbo divino por su plena y libre voluntad quiso humillarse hasta nosotros. escondiendo la naturaleza divina bajo el velo de la carne humana. De tal modo. dice S. Pablo, el Verbo de Dios se humilló hasta llegar como a vaciarse: Se vació a si mismo, tomando la condición de esclavo / F/. 2, 7). Sí hermana mía, quiso ocultar de tal manera la naturaleza divina hasta tomar en todo !a forma de hombre, sometiéndose al hambre, a la sed, al cansancio, \ para emplear la misma expresión del Apóstol de las Gentes: Tentado en tod¿. como semejante nuestro que es, pero sin pecado (Hb. 4, 15). Y su humillación llegó a! colmo en su pasión y en su muerte, en la que, sometiéndose con la voluntad humana al querer de su Padre, soportó tantas atrocidades, hasta la muerte más infamante, la muerte de cruz: Se humilló a sí mismo -así san Pablo- hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz/ Fl. 2. 8). Esta obediencia, por la alteza obediente y lo arduo del mandato y la espontaneidad en prestar tal obediencia al Padre celestial, no estando obligado ni por el temor de la pena, era el Unigénito del Padre, ni halagado por el interés del premio, era Dios, igual en todo al Padre. agradó tanto al eterno Padre, que le exaltó dándole un nombre -dice el Apóstol- superior a todo otro nombre ( FI. 2, 9). Y es en virtud precisamente de este nombre que nosotros podemos esperar la salvación, como los apóstoles lo declararon delante de los judíos: «No hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres por el cual hayamos de ser sal– vos» ( Hec. 4, 12). El eterno Padre quiso someterle todas las criaturas: «Para que en el nombre de Jesús toda rodilla se doble, en el cielo, en la tierra y en los abismos»/ FI. 2, 10). Así dice el Apóstol y así es. Jesús es adorado en el cielo: conmovidos ante este nombre divino los bienaventurados comprensores no cesan de repetir lo que el evangelista S. Jur,n contempló en una visión: «Can-

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