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te". La vida de los inocentes es sagrada, no hay "vidas sin valo r" y la "licencia para matar" es tan brutal y tan regresiva que nos lleva a la barbarie, a la selva y a las cavernas... Esta mentalidad primaria y arcaizante adquiere forma plástica en el culto al instinto, en un ceremonial que no reba– sa las fronteras de la biología. El instinto -blablean y babean– está enraizado en la misma naturaleza. Es mejor seguirlo que refrenarlo. La obsesión del sexo lleva a una psicología oscu– ra e instintiva de granja agropecuaria, que hiere la sensibili– dad no sólo por motivos religiosos o éticos, sino por simple higiene intelectual. El erotismo exhibicionista, la "telebasu– ra", la pornografía no son cuestión de religión o moral , de modo exclusivo. En el fondo -ya lo decía Unamuno- son cuestión de cultura, es decir, de incultura. "... huele a podrido" en la ciudad mundana. La mujer se convierte en objeto turbio del deseo. El hombre se deslmma– niza y se hace ser instintivo. La infanc ia y la adolescencia son semillero de delincuentes, el gobierno de ladrones, la juven– tud de drogadictos y desintegrados sociales. En el altar de la magia negra del instinto se sacrifican la fidelidad conyugal, el honor fami li ar, la honradez profesional, la dignidad personal , la lealtad en la amistad, el sentido de la elegancia y la belle– za. En sus ramalazos de rencor y resentimiento nos denuncian de "reprimidos". Y a mucha honra. El hombre nuevo está lleno de pujanza, ele vitalidad, de fuerza y de vigor. Reprime los in stintos por simple higiene mental. Porque si no reprimo la ira, me rebajo a la categoría de lobo furioso. Si no reprimo la vio lencia, me alisto en las pandillas de matones. Si no reprimo la soberbia, hago el ridículo como el pavo real. Si no reprimo el egoísmo, me hago incivil. Si no reprimo la pereza, me convierto en un parásito de la sociedad. Si no reprimo la avaricia, puedo acabar en usurero o en asaltador de bancos. Si no reprimo la lujuria, me pintarán los artistas en figura de cerdo... La familia es uno de los centros neurálgicos donde el anta– gonismo entre lo viejo y lo nuevo es más radical. El hombre 45

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