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P. CALASANZ ca» con el proi1mo. El prójimo queda transfigurado en Cristo. El Amor o desamor se centran en el mismo Cristo: - ¿Por qué «me» persigues? Los cristianos a quienes Pablo persigue «son» Cristo. Francisco besa al leproso. El leproso «es» Cristo. Martín, el catecúmeno, me ha vestido. El pordiosero con quien reparte su capa «es» Cristo. «Venid. benditos ... , porque 'tuve' hambre y me disteis de comer... Lo que hicisteis con uno de éstos ... , lo hi– cisteis 'conmigo'.» Con esta convicción de fe debes amar al prójimo «COMO A CRISTO». ¿Cómo amas a Jesús? ¡Cuánta delicadeza en tu trato con Cristo! Te esfuerzas por amarlo como El merece: con toda la fuerza, con inmensa ternu– ra, con apasionamiento. Lo has recibido en tu mesón y lo has invitado a la mesa. Lo has defendido y confesado como el ser más querido. Cristo es alguien nuestro: creemos en El, lo lleva– mos en la masa de la sangre y del sentimiento. Pasamos las horas pensando en El, hablando con El en la intimidad del Sagrario y de la conciencia. Te emocionas cuando lees su Palabra y cuando te sientas a su Mesa en la Eucaristía. Sufres porque Cristo es olvidado, marginado y ofendido. Lloras su pasión y muerte. Cristo es la razón suprema de tu vida. Lo adoras en sus imágenes, independientemente de la mate– ria de que está hecha la imagen. El prójimo es «imagen viva» de Cristo, aunque esté deteriorada, oscurecida o rota por la culpa. No importa la materia o el valor artístico del Crucifijo: lo que importa es Cristo. Por eso lo adoras con igual veneración en el Cristo de palo, que en la Cruz de piedras preciosas, que en el Cristo roto por las inclemencias del temporal, que en el Cristo abandonado en el desván y descubierto por Marcelino Pan y Vino. 98...,....

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