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Í'. CALASANZ Este dolor puede ser tan amargo, tan intenso el pesar. tan puros los motivos, que justifique al pecador aun antes de confe– sarse. Tal es el caso de la Magdalena, a quien se le perdonó mucho porque amó mucho, y el caso de Pedro, que salió fuera y «lloró amargamente». La ejercitación en este dolor tiene una importancia suma para poder vivir en amistad con Dios cuando no es fácil acudir al confesor. Hay también otra clase de dolor, de calidad inferior, inspi– rado en motivaciones válidas, pero menos puras que el Amor. Se llama «atrición» y justifica junto con la Confesión. Es el pesar de haber ofendido a Dios. porque el pecado es vergonzoso y pone en peligro la salvación del alma. III. PROPÓSITO El dolor sincero por haber ofendido a Dios lleva consigo la determinación de no volver a pecar. Mientras más profundo el dolor, más aversión al pecado. La vivencia de Dios como Padre, «todo el Bien, el solo Bien, el Sumo Bien», nos da la medida de la perversidad radical del pecado y de su aborrecimiento. Cristo. clavado en la Cruz a causa del pecado, tiene que llevarnos a una decisión firme e irrevocable de nunca más pecar. Esto es el propósito: Palabra de caballero. Compromiso de honor de no volver a ofender a Dios. Sin embargo, un hábito pecaminoso de largos años deja gravemente herida a la natura– leza. El hombre tiene innumerables raíces en el instinto y la fuerza de las concupiscencias es formidable. De aquí que, psico– lógicamente, no es fácil una ruptura total con la mala vida pasa– da. ¿Vale el propósito en estas circunstancias? Desde luego, con tal de que, en este momento, el hombre esté decidido since– ramente a romper. El propósito no es: Impecabilidad ulterior. Certeza de resistir siempre a todas las tentaciones. Victoria definitiva sobre el pecado. Seguridad plena en sí mismo ... - 92-

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