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P. CALASANZ o el solitario. En efecto, la filosofía existencialista ha descu– bierto el mundo escalofriante de la miseria humana, de la radical contingencia del hombre, de la culpa en sus dimensiones más deshumanizantes. El cristiano ve todo esto «a la luz de Dios», iluminado por Dios. Se reconoce pecador ante Dios y contra Dios. Su culpa no le lleva a la desesperanza o al envilecimiento, sino al arre– pentimiento y a la conversión. La luz de Dios es necesaria. Estamos en esta iglesia. No vemos el polvo porque hay poca luz. Mañana, cuando entre por las vidrieras un rayo del sol, veremos una cantidad asombrosa de motitas de polvo en los haces de la luz. También hay polvo en las almas. No lo vemos porque estamos demasiado acostumbrados a mirar hacia afuera. Pero en estos días de luminosidad, nos veremos tan sucios por dentro que gritaremos con fuerza: «Señor, que vea». «Señor, que quede limpio ... » II. DOLOR DE CORAZÓN No es un sentimiento físico. Es un dolor que brota como por instinto del corazón por el hecho de haber pecado y, más en lo hondo, por el hecho de ser pecador. La actitud del peni– tente es, pues, dolorida, de íntima compunción, de sufrimiento real ante el pecado. Es un sufrimiento en carne viva, lastimada el alma por el Dios ofendido, por haber disgustado al Padre Dios. Es un dolor de Amor, que puede llegar a ser insufrible. El dolor del cristiano no puede ser «trágico», aunque el pe– cado sea una tragedia. El cristiano siente que su ser se desplo– ma, pero puede más el Amor que el instinto de desesperación: es tensión hacia Dios, no destrucción. La contrición no es: Satisfacción del odio al yo. Impulso de crueldad contra sí mismo. Tortura física o moral. Deseo de venganza contra sí mismo. Pesimismo depresivo ... - 90

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