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42 MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA macla alguna traición, como en efecto sucedió. «Vamos -dijeron- a buscar al rey», y con este título, rodeando calles, les sacaron fuera de la ciudad. Vol– vióse el Prefecto al compañero y teniendo por indubitable la muerte, le dijo: «Preparémonos, Padre, con el fervor posible pues, según reconozco de los en– gaños y traiciones de estos bárbaros, creo hemos de lograr hoy la dicha de morir por nuestra fe, que ayer no conseguimos; ellos nos llevan a degollar o a lo menos a meter en alguna cárcel adonde perezcamos de hambre y trabajos.» No sucedió lo primero, pero se ejecutó lo segundo, llevándoles presos a Goto, lugar distante diez leguas. Allí los metieron en el turco, que es lo que aquí llamamos cárcel, y así en ella como en el viaje, no son creíbles los trabajos y molestias que padecieron, y sin duda hubieran perecido, si Dios poderosa– mente no los hubiera librado por medio de unos herejes, enemigos declarados de la religión católica y de sus ministros apostólicos. 3.-En habiendo salido de la ciudad los dos Padres encontraron siete bár– baros prevenidos del veedor anciano para llevarlos a Gotó; de éstos leopardos fueron conducidos a su prisión, padeciendo en el viaje con ellos grandes mo– lestias, demás de las que se dejan conocer de hambre, sed y cansancio, pues los cogió sin haberse desayunado y sin la menor prevención para el camino. Fuera cosa prolija el detenemos a referir los varios acaecimientos de esta jornada; sólo haremos mención de uno, por más singular y raro. Sucedió, pues, que llegando la mañana siguiente, al romper el alba, a cierto paraje no distante de la población adonde caminaban, encontraron una como plazuela redonda, en la cual había un árbol grande y muy frondoso, y al pie de él cierta cantidad de bolas blancas del tamaño de una naranja, hechas de masa de arroz o de cosa semejante, y juntamente una calabaza mediana con vino del país. 4.-Movido de la curiosidad el Prefecto les preguntó a los guardas qué significaba aquello, a lo cual respondieron diciendo que en aquel árbol tenía su residencia el gran diablo y que aquellas bolas eran las ofrendas que le hacían ordinariamente los negros para tenerle grato, y que en la calabaza había vino de lo que para el mismo efecto le habían ofrecido. Parecióle al Prefecto buena ocasión ésta para predicarles y sacarlos del engaño en · que vivían, y así les dijo: «Paréceme que lleváis sed y pues tenéis vino a la mano, bebed y descansemos un poco». Respondieron diciendo: «Eso es lo que no haremos aunque nos muriéramos de sed». Replicóles: «Pues, decidme, ¿de qué teméis?» Dijeron: «De que si tal cosa intentáramos, al instante nos mataría a todos el gran diablo». «Andad, no temáis, bien podéis beber seguramente, pues estando presentes nosotros, no se atreverá ese diablo ni otro alguno a haceros mal, pues somos sacerdotes y ministros del gran Dios con cuya virtud y poder infinito está encadenado y preso ese diablo y los demás, y a nosotros como a legítimos ministros suyos nos tiene dada potestad sobre ellos, y usando ahora de ella, le mandamos ponerse debajo de nuestros pies para que no os haga mal alguno.»

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