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114 MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA especifican de los demás y no es justo omitirle, mayormente por ser en prueba del valor, celo y constancia de espíritu del Prefecto de ella, que, como ya dijimos, lo era el P. Fr. Agustín de Ronda, el cual a la sazón se hallaba resi– diendo en la misma población del puerto de Tumbá. 7.-Llegó, pues, la escuadra de bajeles referida al puerto el día de la apa– rición de San Miguel, y, apenas la vieron los vecinos, cuando sospechando fuesen corsarios o herejes holandeses, que iban a saquear la población, dieron la noticia al venerable viejo, y cargando cada uno con lo que pudo de su ha– cienda, todos se retiraron al monte, si no es algunos pobres que no tenían que perder. Pidiéronle, sin embargo, al P. Fr. Agustín que se retirase con ellos, pues veía el peligro probable en que estaban todos y más él, por ser religioso y de Instituto a quien los herejes miran con terror por la guerra continua que hace a sus dogmas pestilenciales con la penetrante saeta del ejemplo y con– tinuas disputas. Ponderáronle varias razones para alentarle a que se retirase, temiendo le hiciesen blanco de su furia y que le quitasen la vida, y consi– guientemente, su orfandad, pues no conocían otro padre, ni en toda la población ni aun en muchas leguas había más sacerdote que les administrase los santos Sacramentos. 8.-0yó el venerable anciano las razones de sus feligreses con ternura, pero, movido de la mayor honra y gloria de Dios, les dijo que se retirasen ellos: que él no hallaba motivo justo ni a su dignidad sacerdotal ni a su profesión para huir y desamparar su iglesia cobarde. Con esto se despidieron y se fueron a los montes, y el bendito Padre se metió en la iglesia a prepararse para la muerte, juzgándola indubitable. Hecho a Dios el sacrificio de la vida, tomó la estola y el Crucifijo y salió a abrir las puertas de la iglesia; allí esperó a los que imaginaba enemigos para recibir el golpe y oponerse en el modo posible a cualesquier desacato que intentasen los herejes, acordándose de lo que hizo en semejante ocasión con Atila rey de los Hunos, llamado azote de Dios, y después con Genserico, rey arriano, en Roma, el gran Pontífice San León, como se lee en su vida a once de abril, el cual, queriendo estos dos tiranos abrasar y saquear a Roma, salió a recibirlos y a templar su furor. Así, pues, nuestro venerable anciano, deseoso de consagrar a Dios su vida y para dar ejemplo a aquellos nuevos cristianos, esperó la invasión a la puerta de la iglesia. En este ínterin se acercaron al puerto algunos negros de los que quedaron en la población, o movidos de curiosidad o de algún interés; pero apenas vieron qesembarcados a los religiosos, cuando salieron de su temor imaginado y todos en tropa le fueron a dar la noticia al santo viejo. 9.-Con el ruido y algazara de los negros y sus carreras, tomó más fuerza el recelo del santo Padre; esforzó su fe y constancia en Dios, creyendo sin duda eran los enemigos que comenzaban a esgrimir sus espadas en aquellos
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