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112 MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA innumerabl~s que ganó para Dios, hasta que, cargado de años y despojos para el cielo, pasó a gozar el premio de sus fatigas entre los cortesanos de aquella triunfante Jerusalén (113). Muchos sucesos maravillosos de este siervo de Dios, de su compañero y de los demás que fueron después en su ayuda nos ha borrado el tiempo y el haberse perdido muchas cartas que escribió a España en espacio de ocho años; sólo nos ha quedado la noticia de su admirable ejemplo y vida inculpable, que hoy es venerada y aplaudida de cuantos le trataron y conocieron, dándole por único y más preminente elogio el que le aplica el texto sagrado a aquel grande amigo de Dios, que, como rosa entre las espinas, y como la zarza en el fuego, habitó sin quemarse y sin herirse entre los gentiles idólatras de la tierra de Hus en el Oriente, sirviendo de sol con su ejemplo a todos los orientales y de terror al infierno, pues: Vir erat in terra Hus, nomine 'Job, et erat vir ille simplex, et rectus ac timens Deum et recedens a malo (114). 3.-Esta breve conmemoración es la que podemos hacer de tan señalado varón. En su Provincia de Andalucía se hallarán muchos instrumentos de sus santas y ejemplarísimas operaciones, observadas de los Padres que pasaron a ayudarle el año de 1665, con orden de la Sacra Congregación de Propaganda Fide, manteniéndole siempre, hasta que murió, por Prefecto y superior de aquella misión (115). Los religiosos que pasaron a Sierra Leona en el año referido fueron los siguientes: el P. Fr. José de Málaga, el P. Fr. Teodoro de Bruselas, el P. Fr. (113) Ambos religiosos siguieron trabajando cada uno en su reg10n; el P. Agus– tín, en Sierra Leona, y el P. Peralta, en Bisao. Cuando el franciscano portugués, P. An– drés de Faro, pasó por allí en 1663, encontró en abril de dicho año en Bisao al P. Pe– ralta, pero ya impedido de pies y manos de tal manera que no celebraba misa desde hacía tiempo ni tampoco podía admínistrar los Sacramentos, teniendo que ser llevado en una camilla (Peregrina¡;iio, o. c., 37-8). Al P. Agustín encontró en Tumbá, en julio del mismo año, saliendo a recibirle con grandes muestras de alegría (!bid., 47, 52). Por entonces, o quizás ya antes, dichos dos misioneros tuvieron sus disgusto s hasta el punto de que el P. Juan de Peralta se quejaba de su compañero amargamente ante la Congregación de Propaga nda, en carta del 14 de mayo de 1664. En ella manifiesta que el P. Ronda le había quitado todo cuanto tenía: le había prohibido celebrar misa, etc. : que si bien su compañero había escrito haber bautizado cuatro mil personas, era falso, no pasando de trescientas; en cambio, que él había convertido ya a mil quínien– tas, entre las cuales se contaban dos emperadores, ocho r eyes y mucha gente noble. Añadía que el P. Ronda le había excomulgado y desterrado de Sierra Leona, por lo cual había marchado a Cabo Verde, donde se encontraba. Termina su carta pidiendo nuevos misioneros y que se quitase de Prefecto al P. Ronda (APF, Acta, 13 julii 1665, v. 34, ff. 156-8). (114) JOB, 1, l. (115) Debe advert irse que aunque la expedición de misioneros estaba ya preparada a mediados de 1664, no pudieron arribar a su destíno hasta el día 29 de septiembre de 1665; por eso dice el P. Anguiano que hasta 1665 no pasaron a ayudar al. P. Agus– tín de Ronda, que por otra parte, como también afirma, siguió de Prefecto hasta su muerte, que acaeció poco después de la llegada de los nuevos misioneros.

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